OPINIÓN PERSONAL:

Solus Deus


Por Marcela Toledo

Nunca me ha gustado la política, pero cada vez que pienso que Donald Trump sea presidente de nuevo, se me encoge el estómago y me entra un profundo desasosiego, muy parecido al estrés post traumático.  Porque se ha visto en más de una ocasión que en este país surrealista todo puede suceder. Algo quizá más ominoso que la destrucción de simples sueños americanos. En Estados Unidos y México. 

Durante las últimas cuatro décadas, he visto y experimentado personalmente la evolución social de la población latina en diversos Estados. Algunas veces como reportera. Otras más como simple habitante en ambos países.

Porque, aunque nací y me crie en la Ciudad de México, a los 18 emigré sola a Estados Unidos. Buscaba libertad y una vida mejor. En retrospectiva, era muy poco lo que pedía. Después de muchos tropiezos salí adelante. He vivido aquí más de tres décadas. Lo menciono porque cada inmigrante de cualquier nacionalidad tiene su historia de sufrimiento y recompensa. 

Todos vinimos al país de las oportunidades buscando algo. 

En la Ciudad de México, aún con licenciatura y especialización, no encontré un buen empleo. Necesitaba “buenas recomendaciones”. Mis padres estudiaron hasta el cuarto año de primaria. Fui la menor de cinco y educada para anteponer a cualquier persona antes que a mí misma. Como reportera fui un “caballito de batalla”, solía llamarme un jefe de redacción, quien me sentenció que no avanzaría en el periodismo porque no tenía “padrino” ni era “chingona”. Él no sabía que ver mis artículos publicados con mi nombre en ese pequeño diario vespertino era ya un triunfo.  

En Estados Unidos tampoco prosperé como periodista por mi falta de tacto y habilidades sociales con mis jefes, todos varones. Y no volví a encontrar empleo en publicaciones en español. Estudié hasta obtener una segunda licenciatura y una Maestría en Bellas Artes, además de viajar extensivamente dentro y fuera del país, Europa, Asia y Sudamérica, y asistir a múltiples conferencias cada año desde 1999. Nunca hubiera podido hacer eso con mi sueldo de reportera en mi madre patria.

Todo tiene un precio a pagar. En ambos países. 

En México me han llamado apátrida. He sido tratada como turista de segunda categoría en resorts y hoteles, y ofendida por los agentes de aduana cuando voy de visita. Al punto de no querer regresar a mi amada tierra. A pesar de que la nostalgia me traspasa el alma desde que dejé el barrio donde viven mis recuerdos. Y mis muertos.

Con tristeza profunda veo que en los últimos 26 años el resentimiento social, la corrupción y el crimen organizado crecieron gradualmente a un punto exacerbado. El respeto ha desaparecido. Es como si se nos castigara por vivir de este lado. 

Muchos paisanos ya no visitan sus lugares de origen por miedo a la mancuerna delincuencia y corrupción. Y no creo que el nuevo gobierno ni ningún otro pueda controlarla. Está tan incrustada en todos los ámbitos de la sociedad… Tampoco creo que alguien pueda frenar los abusos que sufrimos quienes visitamos donde ya no pudimos vivir.

Y de este lado, de mis vivencias durante los mandatos de los últimos siete presidentes estadounidenses – tres de ellos sirvieron doble término —, sólo bajo el régimen de Trump y hasta la fecha he padecido más agravios y ataques directos sólo por lucir de origen mexicano. 

En la calle, muchas personas sólo notan mi fisonomía. No importa la calidad de mi ropa. No hay tiempo para demostrar que soy buena persona o que estudié. En diferentes aeropuertos la rudeza de algunas personas es desafiante, especialmente en los salones VIP. Esto es más notorio por quienes viajamos continuamente o vivimos fuera de la comunidad latina. Aun siendo propietaria de casa en esta ciudad pequeña, mis vecinos anglosajones me ven como persona no grata. Las choferes de las camionetas pick up con banderas de apoyo a Trump son de su misma raza.

Hay hasta quienes ponen la bandera mexicana junto al nombre de Trump. Aunque todo puede suceder, a través de vanos intereses escondidos.

Lo cierto es que el supremacismo exacerbado de Trump contra los mexicanos en este país me alarma. Su participación en la revuelta en la Casa Blanca… Su confabulación con Rusia… Su nepotismo, y la lista sigue y sigue. Conocí a personas que pudieron dejar el país cuando Trump asumió la presidencia en el 2017. Si por alguna razón eso llegara a suceder, que Dios me dé licencia de irme a Europa o Asia, porque México no es una opción. Mis sobrinos se adueñaron de mis posesiones, algo común entre los migrantes. Y no tenemos ayuda.

Además, su probada misoginia no augura respeto alguno por la presidenta de México, Claudia Sheinbaum.

Marcela Toledo: Periodista bilingüe profesional que ha laborado en prensa escrita, radio, televisión e internet durante más de 30 años, en México, California, Texas, Illinois y Michigan, Estados Unidos. Ha ejecutado investigaciones en diferentes ciudades de España, Irlanda e Inglaterra para publicaciones mexicanas. Estudió en Oriel College, Oxford, Inglaterra.


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